Posteado por: diariodelgallo | febrero 29, 2008

CARLOS NAVARRETE (Biografía)

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El arqueólogo y antropólogo Carlos Navarrete (Premio Nacional de Literatura 2005) ha recorrido muchos caminos, pero sus pasos siempre vuelven al origen.   Por Ingrid Roldán MartínezFoto Carlos Sebastián Buena parte de su vida la ha pasado Carlos Navarrete en México, pero su corazón permanece en Guatemala. De muy joven salió al exilio y fue en el vecino país donde hizo carrera. “Chiapas me gusta por la cercanía con Guatemala; como que es lo mismo”, dice. Es buen conversador, un poco ermitaño, padre de cuatro hijos (la menor de 15 años). Alguna vez sintió que estaba al borde de la muerte, pero desde entonces ha seguido caminando, y mucho.   “Por mi relación con los jóvenes arqueólogos pienso que todo tiempo presente y futuro será mejor que el anterior” Cuando le dieron el Premio Nacional de Literatura mencionó en su discurso a Eloísa Velásquez, ¿por qué? La famosa “Locha”, doña Eloísa Velásquez fue una mujer extraordinaria. No era la típica dueña de una casa, como se decía antes, de “mancebilla” (ríe). Era una mujer muy cálida y culta. Doña Eloísa leía, pintaba.  Había tenido en su juventud relaciones de amistad con escritores. Muchos llegábamos allí no tanto por el aspecto sexual que se puede encontrar en un prostíbulo, sino a platicar. Tenía un piano de cola. Ahí llegó mucho Jorge Sarmientos a tocar y Joaquín Noval a cantar. Encontraba uno gente muy interesante y además no se permitían excesos, borracheras. Había un respeto político, era una especie de lugar neutro donde no iba la policía a sacarlo a uno, porque doña Eloísa sabía que el ministro tal andaba con fulana o zutana. ¿Fue por eso que permaneció vigente durante años? A muchos de nosotros nos preguntaba: “Ya que están aquí, ¿qué tal van en sus estudios?”. Recuerdo que dijo una vez: “Venirse a tomar un trago aquí hay que ganárselo estudiando”. Gente como Fito Mijangos le hizo un homenaje en París cuando ella llegó de visita. Yo le mandé a hacer un anillo con un cero maya y se lo regalamos en una pequeña ceremonia. ¿A qué edad fue usted por primera vez a El Portalito? Creo que la primera vez que entré a un bar fue cuando tenía 16 años, a escondidas, porque era una ciudad muy pequeña donde uno encontraba a gente conocida de la familia. Al Portalito recuerdo haber entrado cuando tenía 17. ¿Cómo era el ambiente? Medio bohemio. Siempre había marimba. Llegaban mucho los periodistas porque El Imparcial quedaba en la octava avenida, donde hoy está el café León. Asistían los de la sección cultural de don César Brañas. Miguel Ángel Asturias también llegaba. ¿Era el tiempo del grupo literario Saker-Ti? Estábamos en pleno Saker-Ti. Yo diría que nuestros dos pilares eran Asturias y Luis Cardoza y Aragón. ¿A qué niveles hubieran llegado? El Saker-Ti comenzó como un grupo de jóvenes revolucionarios. No sólo teníamos interés en la literatura sino que éramos partidarios del movimiento de Arévalo, primero, y Arbenz después. El Saker-Ti se fue radicalizando conforme la Reforma Agraria de Arbenz. Era muy fuerte la presión norteamericana. Fue cuando surgió el partido comunista, muchos entramos y por supuesto era el modelo soviético. No sabíamos nada de lo que pasaba en la Unión Soviética, nosotros considerábamos que era realmente el nuevo hombre el que se estaba forjando. No sabíamos de los crímenes de Stalin. Era el otro gigante que se oponía al gigante que nos estaba aplastando. ¿Por qué los jóvenes de ahora no hacen grupos como el Saker-Ti? Las circunstancias han sido difíciles. Acuérdese que vino toda esta represión. Sin embargo está el Rin 78, luego se intentó con la Comunidad (de Escritores). Hay una gran cantidad de escritores que no existía en aquel tiempo, hay diferentes tendencias. Uno de los defectos de llegar a la edad que tenemos es hablar de nosotros y creer que todo tiempo pasado fue mejor. Por mi relación con los jóvenes arqueólogos pienso que todo tiempo presente y futuro será mejor que el anterior, pero no deben romper sino continuar. Cuando se reúne con Antonio Móbil, Roberto Díaz Castillo y Jorge Sarmientos, ¿de qué hablan? Nos juntamos a oír música. Un lugar donde nos hemos reunido es con el chino (José Ángel) Lee, que fue alcalde. Tiene muy buenos aparatos de sonido, en su casa se oye muy buena música. El origen del Cefol está también un poco en el grupo de amigos: Amérigo Giracca, Díaz Castillo, Luis Luján Muñoz, Juan José Hurtado, fue el grupo que en cierta medida empezó a pensar en hacer una asociación de estudios folclóricos. Tenemos muchísimos años de amistad. Le diría que somos una familia. ¿Qué fue lo primero que le vino a la mente cuando se enteró de la muerte del historiador Luis Luján Muñoz? Cuando muere uno de nosotros es como si se perdiera algo de uno mismo. Con Luis fueron tantas jornadas de estudio en México. Yo no le quise contar a mi mamá que había fallecido Luis, pero abrió el periódico y allí estaba la foto. “Ve Carlos —me dijo— ahora que Luisito no está con quién vas a platicar de lo mismo que hablaron durante 40 años sin aburrirse”. ¡Siempre hablábamos de lo mismo! Margarita Carrera escribió de usted en su columna Revelaciones: “Fuimos casi novios por unos meses pero pronto él se fue exiliado a México”, ¿es cierto? No casi novios, ¡fuimos novios! Para mí fue mucha tristeza porque fue exactamente cuando me fui a México a estudiar y todavía nos carteamos. Me recuerdo que en la carta cuando se veía la imposibilidad, lloré en mi pensioncita de estudiante pobre.  Siempre tenía un gran cariño y un recuerdo muy lindo de ella. En cierta medida fue mi primera novia. ¿Es cierto que cuando salió al exilio lo sacaron desnudo, golpeado y lo lanzaron al Suchiate? Caí preso en el año 1963. Cayó Jorge Sarmientos, Wilfredo Valenzuela, un grupo, pues. Permanecimos en la Tigrera como dos meses. Yo salí por falta de méritos, lo cual me dolió porque creo que todos teníamos los méritos ideológicos suficientes para haber caído. Salimos y es cuando comienzan las matanzas. PerfilCarlos Navarrete (Quetzaltenango, 1931) es uno de los primeros guatemaltecos que se graduó de arqueólogo. – Narrador, investigador y ensayista. Radica en México desde 1952. – Estudió antropología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y obtuvo el doctorado en antropología en la Universidad Nacional Autónoma de México. – Ha sido investigador en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, desde 1968, una institución que, en palabras de Navarrete, le ha dado mucho apoyo. – Ha publicado ensayo. Además, es autor de la novela Los arrieros del agua (1985). – Ahora trabaja en un libro acerca de sus investigaciones sobre el Cristo de Esquipulas. – Recibió el Premio Nacional de Literatura a finales del 2005.   ¿Cómo recuerda esa experiencia? Al llegar a Guatemala (de regreso de México) me encontré con que no había dónde trabajar, todavía no se había desarrollado la arqueología nacional. Edwin Shook, arqueólogo del proyecto Tikal, apartó algo para ayudar al museo y entonces me contrataron. Regresé, y a los ocho días me volvieron a capturar, me llevaron al primer cuerpo, me metieron en lo que le llamaban “la academia”. También la policía tiene su academia, me imagino que enseñan a sacar dientes sin anestesia, cosas “propias” de la profesión. Me vendaron, me bajaron a los sótanos y me preguntaron si sabía dónde estaban Ricardo Ramírez Morán y (Marco Antonio) Yon Sosa. Ahí me quitaron la ropa y me dieron una buena tamboreada. Me apalearon con manguera. Querían que firmara una carta en la que yo decía que sí había sido comunista pero que me había decepcionado y que los verdaderos comunistas, dentro de la universidad, eran una serie de nombres. Me negué y a las tres veces me volvía a poner la venda. “Usted tiene que firmar porque esa es la verdad, esos son unos tales por cuales”. Tres veces y me dijeron: “Ya sabíamos que usted no sabía nada de eso, pero es para que vaya contándoles a los demás lo que les puede pasar si siguen jodiendo en esa forma”. Como a las cuatro o cinco de la tarde me vendaron, me tiraron en la colchoneta atrás de un jeep y empecé a sentir que me llevaban por carretera. ¿Pensó que lo iban a matar? Sí porque incluso dos o tres veces me dijeron: “Usted tiene que entender que lo que le vamos a hacer no es por nuestro gusto, nosotros tenemos mujeres e hijos, a gente que mantener, esto es una orden”. Seguimos adelante cuando llegamos a la frontera recuerdo que uno le dijo al otro: “no vamos a encontrar el camino de bajada al río, mejor llevémoslo a la cárcel de Ayutla”. ¡No!, pensé, ¡la cárcel de Ayutla, qué horror! Les dije: “yo los guío, yo bajo”. Bajamos y me quitaron el dinero que tenía. “Pásese por el río y no vuelva porque aquí estamos y ahora sí se muere”. Me quité la ropa, me la puse en la cabeza. Ya estaba oscuro. Medio entre nadando y tocando pasé del otro lado. Eran como las siete de la noche. Toda esa zona la trabajé en arqueología del lado mexicano. Me recordé que empezaban a asaltar a los comerciantes guatemaltecos. Me subí a un árbol a pasar la noche. Medio dormitaba. Oía que pasaba gente. Cuando fue aclarando bajé. Empecé a caminar, llegué a Guillén. Me han de ver visto medio desencajado. Le conté a un señor y le pregunté por el capitán del destacamento que cuidaba la frontera. El capitán me dijo: “Yo lo llevo a la migración”. Me llevó directamente a Tapachula a casa de don Margarito, que era jefe de Migración. Allí estaba la Fundación Arqueológica del Nuevo Mundo. Me dijo: “Nomás no salga del ámbito de Tapachula; escriba una carta y yo personalmente se la voy a dar a algún chofer para que se la lleve a su familia”. En efecto, escribí a mi casa y a los tres días llegó mi familia llevándome ropa, dinero y los documentos. Esa noche me recuerdo que nos fuimos a emborrachar, me llevaron mis amigos arqueólogos a un lugar llamado La Burbuja. Hoy usted es reconocido como uno de los arqueólogos más importantes de México, ¿cómo se siente ante esto? Yo no me lo siento. Uno sabe sus limitaciones. Uno sabe hasta dónde llega. Cuando me dicen esas cosas me chiveo. Sí le he de decir, me gusta platicar con la gente cuando estoy en un grupo. Pero por lo general soy un poco lobo, en el sentido en que me paso muchas temporadas del año absolutamente solo. Ahorita estoy esperando que llegue el 15 de mayo para irme a meter durante mes y medio allá cerca de los lagos de Montebello. Tengo una cabaña y ahí me voy. ¿Qué hace cuando está solo? Escribo, siembro árboles frutales, estoy haciendo un bosque. Tengo muchos compadres, me llegan a ayudar. ¿Se encomienda al Cristo Negro? Yo siempre tuve fama de ateo. Todo lo que se refería al Cristo de Esquipulas yo lo rechazaba, como muchos de mi generación, por lo que significó y el uso horrible que de él hicieron el Movimiento de Liberación Nacional y monseñor Rossell y Arellano. Creo que esa liga fue imperdonable, grosera. Pero cuando empecé a trabajar en Chiapas, de repente veía que venían con sus sombreros. ¿Dónde es que viene los santoreños?, decían. Las familias acudían al camino a recibir al señor que traía su “Cristito” y que venía adornado y lo tocaban. Venía de Esquipulas. En 1980 vine. Todavía no habían sido los encuentros de Esquipulas. Me permitieron estar cerca y me dieron un gafete. Tres días de estar allí. Me había acompañado mi gran amigo Carlos Caal. El último día le dije: mira Carlos si quieres ir a ver tele andate, yo me quedo. Recuerdo que fui directamente con el Cristo de Esquipulas.  

Lloré como media hora, yo creo que nunca he llorado en esa forma. Unas señoras que estaban enfrente se me quedaban viendo, han de haber pensado saber qué pecados tiene este viejo. Fue el llanto por mi familia, por Guatemala, por todo lo bueno o malo que he sido en la vida. Ese es mi sentimiento. Aparte, perdóneme, ¡no es cualquier imagen! Es una de las joyas más extraordinarias de la imaginería colonial guatemalteca. Lo mismo me pasa con el Cristo (Nazareno) de la Merced.


Respuestas

  1. Carlos, los señores de la noche son los puros brujos, en tulibro sobre brujeria no los tratastes, e tenido contacoto con el mas alla y es la noticia que tengo. Alberto Ruz así lo dice y otros de la nómina de escritores entre ellos tu padre Hector Navarrete. La historia no se ha escrito como es. Los señores de la noche son pura brujería en las tierras que conocemos. Ya lo dijo el Chilam Balan.

  2. necesito saber don localizar al arqueologo carlos navarrete, de partede la arqueologa rebeca perales vela de la ciudad de villahermosa tabasco. su numero de telefono

    • estaba leyendo los arrieros del agua y vi a mis padres cuando eran pequeños, llorando por la quema de los santos en Tuxtla.

  3. […] Le invitamos a conocer la vida tras la pluma, a través de la entrevista de Ingrid Roldán Martínez, en el blog sobre Literatura Guatemalteca. […]

  4. […] como excepción. “No era la típica dueña de una casa… Doña Eloisa leía, pintaba…”, dijo el antropólogo Carlos Navarrete. Su nombre está, así, ensombrecido por un “a pesar de” […]

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