Posteado por: diariodelgallo | abril 13, 2011

DEPRESIÓN CON SABOR A COCOA

Ilustración tomada de: portal.benidorm.org

Por Ramiro Argueta.

Basilio despertó esa mañana con un malestar en el estómago, podía ser vestigio del hambre que venía soportando de forma continua varios días atrás.  Se levantó y recogió del frio suelo sus costales y cartones aplanados que servían de cama improvisada; caminó dos pasos y se encontró frente a la pequeña mesa que soportaba sus pocos víveres para buscar algo de tomar.  Solo encontró un sobre de cocoa.

Basilio es un anciano que se acerca a los setenta años, su edad no se refleja en su físico delgado, mucho menos en su actividad diaria.  Es un albañil, de los buenos, de aquellos que cobran bien su trabajo y garantizan lo que construyen.

Dos meses antes de encontrarse con el sobre de cocoa  se había encontrado con una nota debajo de su puerta, era un telegrama que le informaba un penoso incidente familiar.  Su madre había fallecido y si se daba prisa,  todavía llegaría a tiempo para despedirla en el cementerio. Basilio se sentó en la silla más próxima para soportar el peso tan fuerte que sintió caer en su espalda.  Intentaba fallidamente recordar la última vez que vió a su mamá de frente, la última vez que conversó con ella.

Empacó en su maletín remendado unas cuantas prendas y emprendió su viaje por la mañana, llegó a su destino la noche del velatorio.

Su hermana menor lo recibió en la entrada con un grito que desgarró su corazón.  Entre lágrimas de desconsuelo  ella le dijo que unas horas antes de morir, su mamá pedía y llamaba a gritos a Basilio.  Todo fue tan repentino, todo fue tan inesperado, nadie sabe el secreto o la intención que guardaba el corazón de una madre que en el último de sus suspiros necesitaba desahogarse con el hijo que por muchas circunstancias se mantenía alejado.

Basilio solo escuchaba, miraba a sus familiares, no lloraba, solo pensaba sobre las circunstancias de la vida, a su edad, parecía asegurar que lo había vivido todo, pero faltaba algo, ese duro golpe que la vida en esa ocasión le estaba proporcionando.

Se despidió de su madre en el cementerio y esa misma mañana emprendió su viaje de regreso.  Llegó a su casa improvisada de láminas y madera, se sentó y por primera vez en varios años se sintió solo.  Basilio vivía en soledad desde hace más de treinta años.  Alguna vez fue un hombre casado, tenía un hijo que no vivía muy lejos, pero que lo visita muy poco.    Por primera vez en mucho tiempo, Basilio sintió la necesidad de buscar a su hijo por compañía. Sin duda, se sentía tremendamente desamparado.

Llegó a la casa de su hijo con una inusual visita, pedía con sus ojos de  esperanza una invitación para quedarse, aunque sea unos días.  Los días se convirtieron en semanas que ajustaron más de un mes.  Basilio soportó los desprecios de su nuera, la arrogancia combinada con humillaciones por parte de su hijo, con la única intención de sentirse un poco acompañado,  pues en el tiempo de su visita Basilio estaba decaído.  Dormía muy temprano, comía muy poco.

-¡Solo durmiendo te la pasás! – Decía el hijo a su padre-.  Ya estás viejo, a ver qué día de estos disponés no ir a trabajar.

-Lo peor es que va disponer que voz lo mantengás-. Decía la nuera entre dientes.

Regresó Basilio a su casa, siguiendo aquel dicho que dice: “al entendido, con señas”. Se acostó en sus cartones y costales viejos.  No podía dormir, sentía que algo andaba mal.  Le costaba respirar, sentía algo fuerte y pesado en el pecho.  Un  nudo en la garganta lo incomodaba, eso era más incómodo que el piso duro de concreto en el que dormía, más que el frio que ya estaba acostumbrado a percibir. Posiblemente, solo tenía ganas de llorar.

Imploró a Dios que se lo llevara, pensó que esa sería su última noche.   Se fue quedando dormido sin sentirlo.  A la mañana siguiente fue el calor de las nueve de la mañana que lo despertó.  Afortunadamente era domingo y se sintió agradecido por no morir de tristeza y depresión esa noche. Caminó dos pasos y se encontró frente a la pequeña mesa que soportaba sus pocos víveres para buscar algo de tomar.  Solo encontró un sobre de cocoa. Preparó una taza de agua caliente y disolvió el contenido del sobre para calmar el hambre que había estado ignorando desde hace días.

Secó sus ojos que lloraron un poco mientras dormía y lloraban otro poco mientras la cocoa bebía.  Se preparó modestamente para visitar las calles de la capital, pues en un Domingo de Ramos,  una procesión de Semana Santa  buscaría y él se confundiría entre la multitud,  que a su paso seguramente ignoraría la verdadera  procesión que Basilio llevaba en su alma, pues bueno fuera que con mirar a los ojos a nuestros semejantes adivináramos sus incontables sufrimientos.  Nadie  sabe cuánto pesan las procesiones que se llevan por dentro, ni el sabor de las penas,  que muchas veces son tan amargas, como la cocoa que nunca fue preparada.


Respuestas

  1. Gracias por esta linda reflexión, que llega a lo mas profundo y que nos lleva a ver dentro de nuestro interior y también el dejar el egoismo. Cuan importante es tener empatia con los que nos rodean, esto no llevaria ser mas humanos, concientes, dejando las vanidades de la vida, para darle importancia a que las cosas, que nos dejaran mas riquezas, como lo es el preocuparse por otros, recordando que el mundo lo compartimos con otros millones de personas, que pasan situaciones difíciles y que no sabemos que cargas internas los aquejan.

  2. Comentarios

  3. El ser humano es tan impredescible… su egoísmo a tornado un mundo egocéntrico y ambicioso en el que no importan los demás… que importante es aprender a «ponerse en los zapatos del otro» y reflexionar sobre nuestro papel en la vida… y en esas procesiones del alma de las que nos quejamos de forma individual… si imaginar que el peso es diferente para cada destino… sin importar la casualidad o el azar

  4. Exactamente es asi como tú dices «bueno fuera que con mirar a los ojos a nuestros semejantes adivinaramos sus incontable sufrimientos» pero lamentablemente no poseemos esa virtud, pero hay alguien que no sólo mira tus sufrimientos sino que da calma al alma y llena de paz el corazón es Dios, un caballero que espera a que tú le abras la puerta para consolarte, ayudarte y sobre todo amarte. Esto es lo que el ser humano ha olvidado, el amor por si mismo y sus semejantes, por eso no podemos darnos cuenta que con una simple sonrisa iluminamos la vida de alguien, con una palabra de consuelo podemos dar vida a un corazón roto, triste o desolado. No olvidemos que hoy alguien como Basilio sufre y mañana podemos ser nosotros, no olvidemos que de lo que demos es así lo que recibiremos; vallamos por la vida dando lo mejor de si, sin ver rostros ni edades todos podemos contribuir a que la vida sea más agradable en un mundo que se ha vuelto tan deshumanizado. Gracias Ramiro por la reflexión.

  5. Te felicito por tu articulo, lamentablemente muchas veces o casi siempre no nos damos cuenta de las penas, problemas o necesidades que tienen otras personas y muchas veces nosotros nos quejamos por un minimo problema que a lo mejor ni importancia tiene y cuando conocemos el problema o necesidades de otras personas nos damos cuenta que nuestros problemas muchas veces son cosas tan insignificantes. Por experiencia lo digo al ayudar a una persona recibes muchas bendiciones y tu te quedas con la satisfaccion de que pudiste ayudar, asi que no pensemos solo en nosotros hay muchas personas que necesitan mucho de nuestra ayuda, acordemonos que hoy podemos estar bien y mañana podemos necesitar de alguien.

    Lo felicito cielo muy buenos sus articulos siga adelante.

  6. Basilios, hay muchos, algunas veces hasta puede ser una representación de nosotros mismos. Pueda que no carezca de recursos materiales, que no viva en casa de cartón, pero si de algo que no se compra, sino que se gana y se conquista; como el afecto que debemos dar a los demás y que sin duda alguna recibiremos de vuelta, sobre todo en esos momentos más díficiles por los que pasamos. Basilio, vivo ejemplo que somos seres gregarios


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