Entramos en ocasiones a regiones desconocidas de las cuales damos noticia sólo en los sueños. Nadie sabe a cabalidad en qué espacios se suceden ni dónde están los límites entre los sueños y la realidad, o entre la realidad y la fantasía. En ese espacio anónimo dilucidamos parte de nuestra existencia, la más secreta, aún para nosotros mismos.
En algunas ocasiones los mensajes de nuestros sueños o de nuestras pesadillas aparecen nebulosos, obscuros, inescrutables. En otras, las señales son claras, ese pez nadando en una agua verde azulosa, o yo misma subiendo y resbalando por una caída de lodo como en una serie repetida de imágenes comerciales, poseen un enigma que cada quien debe descifrar, según su habilidad de conocimiento de sí mismo.
Las regiones seguras son espacios amorosos, climáticos, con aspecto de nubes danzando como nubes en un cielo como el nuestro. Por el contrario las regiones peligrosas se parecen a estos cielos en donde somos extraños a pesar de los años de contemplarlos.
Un instante sereno en la madrugada posee todo un misterio semejante a esos espacios de la fantasía, en donde construimos nuestros poemas, en donde visualizamos el color que andábamos buscando o la imagen que se ha escapado mil veces de nuestra mente, en la búsqueda constante, al momento del acto creador.
Oímos voces, voces que alcanzan tonalidades nunca escuchadas, esas voces con palabras inaudibles, sonidos que no reconocemos porque provienen de espacios en donde sólo se llega con la fé, con la certeza que existen y que podemos alcanzarlos.
Somos incapaces de ver lo que es claro y preciso para otros que son tocados por lo infinito. Lo misterioso nos da terror. No queremos descifrar esos símbolos que nos dirían quiénes somos en el fondo, y que además niegan lo que aparentamos social o culturalmente.
La verdad es múltiple, la verdad es un momento de lucidez, es el instante luminoso de la percepción de lo perfecto. Instantes íntimos en que vemos las cosas tal y como son.
Instantes solitarios en que nuestra mente está lista para saber, para conocer algo que es tan obvio, pero secreto y que además se encuentra sumido en una región gelatinosa.
Yo ahora estoy parada en la orilla de mi vida, no puedo ver hacia adelante porque todo está obscuro; sin embargo desde algún lugar una voz me dice que siga que allá está mi destino, que no me detenga. Esas voces parecen al mismo tiempo, venir desde dentro de mí, suaves, rítmicas, acariciantes. Estoy lista para saltar, estoy en el momento de tocar la verdad. ¿Estoy soñando? ¿Invento esto que digo? ¿Me describe alguien con su lápiz filudo? ¿Soy un invento o soy el cuerpo de manos que se pintan intermitentemente las uñas con un rojo de sangre? ¿Estoy acaso en los límites de ese espacio anónimo en donde se existe, pero donde las certezas son como nubes, cambiando de formas, apresurando el paso, a la vista de una niña tirada en el techo de una azotea, en un barrio que ya sólo existe en la memoria de quien escribe?
Un instante epifánico me revela que la hoja en blanco es la única posibilidad que tengo. Si no escribo, no existo. Y salto.
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